En nuestras casas, el hilo siempre estuvo a mano. Heredamos el oficio de tejer. El ritmo, la paciencia y la costumbre de hacer con las manos.
Todo empezó con mi abuela, la Lela, que teje como quien respira. Sus manos saben por sí mismas, como si guardaran secretos entre puntos.
A ella le encargaban un saquito en el almuerzo familiar del domingo y lo entregaba antes de irse. La velocidad de la entrega no era por deber, sino reflejo de su afecto.
Nos enseñó que tejer no es solo hacer ropa: es ordenar el día, dar cariño, sostener la cabeza cuando se enreda.
Trama y Raíz nace de ahí. De un gesto compartido entre mujeres. Hoy somos varias: primas, hermanas, hijas. Formas, estilos y gustos diferentes. Pero un mismo hilo de fondo: nuestras raíces.
Nos mueve el deseo de compartir lo que hacemos. De seguir hilando este oficio entre generaciones. De ofrecer algo distinto: más humano, más real.
